La novela sigue los acontecimientos de Anna Wulf a través de sus diarios, cuatro cuadernos que hacia el final intenta unir en uno solo, el dorado, y las personas sobre las que cuenta, que han tenido una influencia importante en su vida, como su hija, sus exmaridos y amantes, su amiga Molly y su hijo Tommy. Los hechos no siguen un orden cronológico y son interrumpidos por episodios extraídos de los diarios, que narran las vivencias de la protagonista en África, antes y durante la Segunda Guerra Mundial; el período en que fue miembro del Partido Comunista; una novela que intenta escribir; y su vida cotidiana, entre sus sueños y la realidad.
La lectura fue muy intensa y me ha dado la oportunidad de reflexionar sobre diferentes temas: el comportamiento general de los hombres en su época; la lucha interna femenina entre el deseo de formar una familia y de libertad de cualquier tipo de atadura, para poder vivir la propia vida con plenitud; y la influencia de una ideología política. No es una novela que siga una trama, y la excesiva extensión del libro a veces es desalentadora, sin embargo, creo que es una experiencia de lectura interesante que deja huella en la memoria.
La autora alterna el uso del narrador en primera y tercera persona en las distintas partes que componen la historia y, en algunas ocasiones, parece querer crear a propósito cierta confusión entre los dos puntos de vista. En cuanto a los personajes, destacan más por los rasgos psicológicos que físicos y, a pesar de eso, es una elección acorde con la temática del libro.
Analizando la estructura de la novela, los monólogos de la protagonista prevalecen sobre los diálogos y, en ambas ocasiones, la historia avanza muy despacio, como si la autora hubiera querido reproducir no simplemente el contexto sociocultural de la época, sino también los sentimientos que producían esas conversaciones como, por ejemplo, frustración e incomprensión.
Sobre el tema, la escritora invierte todos sus esfuerzos y lo trata de una manera muy explícita, hasta el final del libro. Alrededor de eso, la escritora usa frecuentemente saltos temporales que a veces no aclaran en qué momento histórico se encuentra la protagonista u los otros hechos narrados y, además, no detalla mucho los espacios físicos donde se desarrollan los episodios sino más bien focaliza su atención en el espacio interior de la conciencia de la protagonista.